Veamos la situación desde hace mucho tiempo en el denominado Jardín de la Alameda o de Sto. Domingo:
Aquí tienen la florida decoración de los parterres con motivos plásticos en espiral en la más pura tradición zen. Nos traen a la memoria la plantación de fresón plastificada de las murallas del paseo fluvial. Es tendencia.
Otro ejemplo en el jardín que nos confirma en lo dicho. Repáresese en el seto destrozado.
Cuando se tala no se repone. Nunca. Esa es la máxima de cualquier buen jardinero-desbrozador. Aunque los árboles afectados sean de una entidad notable. Nunca.
Setos y barreras vegetales siguen la misma máxima. El imperio de la desbrozadora tiene reglas, perdón, leyes semejantes a la de la gravedad. Si se corta, se corta. No hay más, a no ser la sustitución por plásticos para no volver a cortar.
Limpieza, la justa. Es decir, ninguna. El desbrozado se impone con su máquina sagrada y sus desechos se lanzan en un rincón. Antiguo ritual originado en los trabajos del campo ancestrales cuando más tarde se quemaban.
Los estanques, fuentes y similares son terreno prohibido para el oficiante. Quedarán sucias.
El llamado Camiño das Serpes, al pie de la Alameda presenta este aspecto de abandono.
Las farolas que pagamos todos, sin mantenimiento y amenazadas por el vandalismo sin control, aparecen, las que quedan, como en la imagen. La zona, con un potencial inmenso para el ocio y esparcimiento, el paseo y el disfrute, presenta el aspecto de un vertedero embarrado y poco recomendable al anochecer.
Muy vez en cuando, cómo no, se efectúa un desbrozado: única tarea para la que contamos con expertos.
La vecindad con Portugal, una vez más, nos resulta de poco provecho para ojos que no quieren ver y cabezas impermeables al cambio, esclavas de lo que siempre se hizo por estos lares. Una pena.
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